Toda una sucesión de casualidades condujo a Begoña Caparrós hasta Kampala, la capital de Uganda, en 2003. Llegó para trabajar en dos orfanatos de la ciudad haciendo lo que más le gusta hacer: bailar y actuar. A través del baile y del teatro consiguió conectar con los chicos y chicas de esas instituciones y ayudarles a ser más conscientes de sí mismos. Al mismo tiempo contactó con algunos artistas ugandeses a los que invitó a participar en su experiencia.
Aquel primer encuentro con África duró 3 meses que fueron suficientes para atraparla y convencerla de que quería dedicar su tempo a investigar lo que ella define como la educación a través del arte para favorecer el desarrollo social y cultural y el bienestar de niños y jóvenes desfavorecidos creando un espacio vital de reafirmación humana, creativa y de felicidad.